lunes, 31 de enero de 2011

Refugios


Nocturno:
….Perdámonos más allá, más allá todavía
en las lomas de las piedra de bronce,
en las montañas negras de septiembre
en cuyas hondonadas
pronto alzarán en sus chopos las hogueras.
Perdámonos o deja que me pierda en ti, o acaso tras las tapias
También de bronce,
De ese mínimo huerto
Detrás veo un nogal
Y a su sombra hallaríamos
Tu paz y la mía.
Llévame
 o tráeme, o piérdeme.
Por esta amarga y dulce tierra nuestra,
Pero este anochecer del verano moribundo
No me saques del laberinto sin salida de tus ojos.
Antonio Colinas

Libélula

Como los elefantes, la mujer
se inquieta ante los huesos de su especie,
mueve nerviosamente la cabeza,
se extravía y tropieza en su dolor.
Los esqueletos largos, mascarones
que arrojaron el mar y el pleistoceno
para dormir, lavados por el agua
hasta volverse láminas de luz,
son una herida abierta y silenciosa
que los grandes mamíferos levantan
con tal delicadeza, con colmillos
en su arabesco y su melancolía.
Porque los elefantes, la mujer
elevan la osamenta de los suyos
y los acunan con sus grandes dientes,
los mecen con pasión y con trastorno.
Como los elefantes, la mujer
cubre su piel de arena y de termitas,
arroja a sus costillas, su espaldar
la tierra de sus muertos, se recubre
de su aspereza seca, ventolera
o ráfaga de tiempo calcinado
y canta lentamente una canción
que en su baja frecuencia, sólo escuchan
congéneres lejanos, primordiales.
Cuando pinta sus dientes de marfil,
dentina opaca y blanca, romboidal
que prestigia su boca y su alegría,
la mujer talla en ellos la aflicción
preciosa, endurecida como laja
que atraviesa la luz y la somete.
María Ángeles Pérez López